"¡Oh!¡Pobre de mí!¡Soy digna de lástima por no poder compartir mis penas contigo y verme sola, completamente sola, ante tanta desventura!. Este pensamiento me mata y muero de terror de pensar que jamás hayas gozado lo suficiente de nuestros placeres. Ahora sí conozco la falsedad de tus sentimientos. Me engañaste cada vez que me dijiste que tu mayor placer era estar a solas conmigo. Debo sólo a mis impertinencias tus desvelos y arrebatos. A sangre fría te hiciste el propósito de iniciar este incendio en que me abrazaste toda. No consideraste mi pasión, sino como una victoria, sin que jamás tu corazón hubiera sido conmovido entrañablemente. ¿Serás tan infame y tan indelicado, como para nunca haber sabido gozar de mis éxtasis? ¿Y cómo es posible, si no fuese así, que con tanto amor no hubiera podido hacerte completamente feliz? Lloro, sólo por el amor que te tengo, las delicias infinitas que has perdido. ¿Por qué fatalidad no quisiste disfrutarlas? ¡Ah! Sí las conocieses, hallarías, sin duda, que son más deliciosas que la satisfacción de haberme engañado, y te habrías dado cuenta de que somos más felices y más tiernos amando ardientemente...que siendo amados".
Puede que las 'Cartas de la monja portuguesa' hoy no las recuerdes, pero cuando aparecieron por primera vez, en el París de 1669, obtuvieron una enorme popularidad. Se imprimieron veintiuna ediciones en seis años y se convirtieron en una referencia obligada para todos los lectores de la literatura galante.