domingo, 6 de noviembre de 2016
VERANO DEL 42 - Prosa tributo y vídeo. 1º Premio Prosa (Venezuela 2011)
Libero la penumbra del cuarto vacío. Vuela como un pájaro asustado, escapando a contraluz, montada en las partículas de polvo, que danzan encandiladas por un incipiente amanecer. Claveles color sangre esquivan los encajes del cortinado que nadie bordó. Mis pies navegan sobre pisos de madera flexibles como una cintura a la hora del amor. Por debajo de la puerta, blanco sobre se desliza hasta rozar el último instante de la espera. Ahora en mis manos, no he podido evitar que tiemble como una hoja a punto de caer en los brazos de la tormenta.
Paso frente al espejo que duplica todo el cuarto de estar. Mi cabello aun sigue atado, aunque la nívea cinta que lo sostiene, está a punto de besar mi espalda. Sobre la redonda mesa de esterilla, una rosa de satén se estremece de cara a la brisa. Junio de 1942…
Afuera las sirenas y los aviones componen una melodía de espanto y terror. Comienzo a llorar sin leer la carta. El escudo del sobre sacude la sangre de mi cuerpo hasta dejarla en blanco. Fría, húmeda, la piel suda y se congela en un suspiro. Regresan los besos que dormitaban en los andenes. Se vuelven a abrir los ojos después del abrazo. El silbato del tren y los brazos fuera de las ventanillas. Promesas que se evaporan el los remolinos del destino.
Dejo la carta sin abrir, sobre unas cuantas misivas aprisionadas bajo un medallón de bronce. Grito sin gritar. Desgarro el camisón de seda que dibuja una silueta con sabor a muerte. Alguien llama a la puerta. Insiste, golpea las ventanas, me nombra. Es el joven que me ayuda con las compras de la semana. Prendo la radio a todo volumen para escuchar “según pasan los años” y abro la puerta. Tímido y titubeante deposita el pedido sobre un amplio sillón de brocato y me mira con sus ojitos empañados. Caigo de rodillas y me aferro a su cintura. Acaricia mi cabeza, besa mi frente, mis lágrimas…hasta que mi boca se lanza inconsciente sobre sus labios de fuego. Deja caer sus tiradores y me abro ante tanta inocencia, como una flor al amanecer. El mañana es hoy.
Paso frente al espejo que duplica todo el cuarto de estar. Mi cabello aun sigue atado, aunque la nívea cinta que lo sostiene, está a punto de besar mi espalda. Sobre la redonda mesa de esterilla, una rosa de satén se estremece de cara a la brisa. Junio de 1942…
Afuera las sirenas y los aviones componen una melodía de espanto y terror. Comienzo a llorar sin leer la carta. El escudo del sobre sacude la sangre de mi cuerpo hasta dejarla en blanco. Fría, húmeda, la piel suda y se congela en un suspiro. Regresan los besos que dormitaban en los andenes. Se vuelven a abrir los ojos después del abrazo. El silbato del tren y los brazos fuera de las ventanillas. Promesas que se evaporan el los remolinos del destino.
Dejo la carta sin abrir, sobre unas cuantas misivas aprisionadas bajo un medallón de bronce. Grito sin gritar. Desgarro el camisón de seda que dibuja una silueta con sabor a muerte. Alguien llama a la puerta. Insiste, golpea las ventanas, me nombra. Es el joven que me ayuda con las compras de la semana. Prendo la radio a todo volumen para escuchar “según pasan los años” y abro la puerta. Tímido y titubeante deposita el pedido sobre un amplio sillón de brocato y me mira con sus ojitos empañados. Caigo de rodillas y me aferro a su cintura. Acaricia mi cabeza, besa mi frente, mis lágrimas…hasta que mi boca se lanza inconsciente sobre sus labios de fuego. Deja caer sus tiradores y me abro ante tanta inocencia, como una flor al amanecer. El mañana es hoy.
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