Rutina que arrasa
las partículas de gises inviernos.
Débil sol sobre la frente
que se inclina besando
cada letra de amor.
No es tinta, es la sangre
de mis oscuras pupilas.
Cae el bretel de mi hombro
negro encaje deslizado
hasta el vértice del erguido seno
un escalofrío recorre mis muslos
descuidados y entreabiertos.
Cruzo las piernas
y desnudo mis pies.
Perduro.
Letra tras letra componiendo
una melodía para tu ausencia.
Pasa un tren
a escasos metros de la ventana
Tiembla el dorso de la casa,
los cristales de fotos empolvadas
y mi mano.
Extiendo los brazos
hacia la escasa luz
del atardecer.
Rueda un lágrima
por la comisura
de los besos que sueño.
Aprieto mi pecho,
acaricio mi cuerpo,
olvido escribir.
Perduro a la sombra
de un mero recuerdo.
Golondrina que voló de tu boca
en el momento que mi céfiro
anunciaba la breve muerte
del placer y el ingreso
al color de los suspiros.
Poso rojos los labios
sobre la hoja casi en blanco.
De tu rincón sagrado,
tomo una témpera azul
y transformo mis pezones
en dos sellos que reemplazan
palabras sin sentido.
Un te quiero, un beso
y un deseo eterno.
Doblo la carta,
la introduzco en la boca
generosa de la esperanza.
Lamo con los ojos cerrados
cada uno de los vórtices,
del pasado y del mañana.
Se estremece mi vientre
y recuesto exhausta,
mi espalda
sobre fríos almohadones
que alguna vez,
para mi pintaras.
Perduro.
Rita Mercedes Chio Isoird
D. Reservados