Sobre la huella de mis pasos, pequeñas semillas prometen ser retoño, árbol, flor o espiga que alimente un canto nuevo, aquella esperanza que necesita del armonioso conjuro de corazones limpios. Algunas serán flor de un día, las más etéreas, las menos seguras. Algunas, enredaderas aguerridas sobre el dorso de la vida, multiplicando la savia, conteniendo el vital rocío de los suspiros que se pierden en el bosque. Camino bajo el cerrado aliento de duendes diurnos, en el filo de un poema que no me atrevo a firmar, en aquella huella que dejó una patética caricia cibernética. Más, sigo con la siembra. La misión de estar vivo, en una marañosa ruta de verdades y mentiras. Trigo para el cuerpo, orquídeas para el alma.
Cruz abandonada luego de mil promesas, sigue siendo cruz ante la mirada divina. Y el pájaro más esquivo, trina sin discutir su destino, sabe que es en el camino, donde se pare la vida.
Zetas de colores a los pies de la haya. Seductoras, peligrosas… como la curva más cerrada de un ave ciego, buscando aquel rayo de luz, que puja por entrar en corazones acorazados.
Cervatillo que no puede distraerse. Una abeja regresa soñando que nadie le robará su miel. La paloma lejos del nido, embucha para dos crías, olvidándose de sí. Y la muerte graba sus iniciales sobre el mismo tallo, que florece inocente endulzando la brisa, un día cualquiera.
Sobre la huella de mis pasos, las perlas saladas de mis ojos, un puñado de letras, los colores de tu pintura, un extraño ramillete de blancas violetas.
De: Rita Mercedes Chio Isoird