En la palma de una mano,
agoniza, débil, etérea,
pero no lo sabe.
Es como el tiempo de las alegrías
o el tiempo de las desdichas,
breve, inevitable.
No comprende en qué caso
la eternidad tiene sentido.
A veces,
en unos segundos de amor eterno
o tal vez, en cien años de soledad.
Lo infinito se viste de azul
y grita estrellas en el cosmos.
Es tan vieja como la muerte,
con tan solo unas horas
de vuelo rasante
sobre la piel de los sueños.
No importa quien la contempla,
Dios no detiene los relojes.
Dios equilibra lo que emerge,
lo que nace con aquello
que tan solo se transformará.
Ella en la palma de una mano,
y su ala derecha,
derramando colores
sobre la calzada.
A escasos metros,
cae abatido un delincuente,
se escucha el chillido
del recién nacido,
la risa del joven enamorado
y el tintineo de escasas monedas
a los pies de un mendigo.
Vida, muerte, destino.
El hombre la observa,
agradece no ser mariposa
y ella no lo sabe.
Suenan las sirenas,
canta un ave
en el balcón número setenta,
un barrilete se suicida
soltándose de la cuerda
y el niño de la vuelta,
roba algunos centavos
en la fuente de los viajeros.
La vida cae en picada
allí donde su alita perdida
se mueve a voluntad del viento.
Vuela sola…más,
olvidó su corazón
en la palma de una mano cualquiera.
Vida, muerte, destino.
Rita Mercedes Chio
D. Reservados
Argentina